Más allá del affaire Gordillo, el PRI enfrenta una crisis existencial más profunda, que tiene que ver con la falta de una ideología clara. La lucha en las filas del ese partido trasciende las disputas entre sus figuras líderes: es un combate para definir si el PRI regresa a su viejo nacionalismo revolucionario o si define una nueva oferta política, moderna, atractiva y orientada a resolver los problemas actuales del país.
La ausencia de una ideología ha llevado a que PRI sea más una maquinaria electoral y una sociedad mutualista de reparto de poder político y económico, que un partido en el sentido moderno de la palabra. El interés común por obtener cuotas de poder ha sido, incluso tras su derrota en el 2000, el factor que ha permitido mantener la disciplina interna. Sin unidad, la vasta maquinaria electoral del partido se desmoronaría.
Sin embargo, la falta de una ideología pesa cada vez más. Conforme la demografía y la educación erosionan el voto duro priísta, a este partido le cuesta definir una oferta coherente para el electorado. Hasta ahora, han sobrellevado este problema montándose a temas coyunturales (“No al IVA”) o cuestiones locales. Pero incluso el éxito relativo en las elecciones del 2003 muestra que la falta de una oferta concreta le impide realmente recuperar su fuerza: ante la ineptitud de Fox, la recesión, y la ausencia del PRD, el PRI debió haber ganado un porcentaje mucho mayor del voto.
Además, la falta de unidad ideológica asegura que, ante la falta de un árbitro indiscutible (como era antes el presidente), habrá un mayor grado de divergencia en los intereses de los miembros y organizaciones que lo conforman. La crisis actual en torno a Elba Ester Gordillo ilustra este punto perfectamente.
En términos llanos, lo único que mantiene unido al PRI es el dinero, y la maquinaria electoral (el apoyo de las organizaciones como sindicatos y de sus gobiernos locales), que permite que las diversas facciones accedan a su cuota de poder. Pero el dinero escasea gracias a la multa del IFE y la eficacia de su maquinaria electoral es cada vez menor.
Ante esta situación, el PRI enfrenta una elección: definir una ideología coherente, sensata, atractiva para el público y compartida por la mayoría de los integrantes, o fragmentarse paulatinamente (un proceso que ya está en marcha y que inició en los años ochenta con la salida de la Corriente Crítica, encabezada por Cárdenas).
Para bien o para mal, la crisis que surgió esta semana conduce inexorablemente a un momento de definiciones. Si quiere que el PRI conserve su fuerza, Madrazo debe convocar una asamblea para redefinir totalmente al partido y actualizar su ideología como primera prioridad. La otra alternativa, más sencilla, es adoptar, por default, los principios tradicionalistas de Bartlett y Murat. Esto último probablemente propiciaría una fuerte ruptura interna y aseguraría la decadencia del PRI. A final de cuentas, creo que el público que apoya el viejo nacionalismo revolucionario optará por su versión democrática, que representa el PRD, en lugar de elegir la versión que ofrece el PRI.
Incluso si Madrazo opta por la primera alternativa, nada asegura que tendrá éxito y el mismo ejercicio podría agrietar más al partido. Pero la otra opción es todavía peor a largo plazo, aunque el líder actual del PRI quizá considere que es mejor tener un partido más pequeño, pero con mayor cohesión, para su candidatura en el 2006.
Si bien el PRI ha probado tener más vidas que un gato, cada vez se asemeja más a un paciente con una enfermedad crónica y terminal, que lucha por sobrevivir aunque sabe que sus días están contados. En lo personal, soy antipriísta hasta el tuétano, pero me preocupa lo que podría suceder con el PRI. Si retrocede a su concha nacionalista revolucionaria, será imposible concretar cualquier reforma importante, incluso si la facción más moderna e ilustrada se sale de él y busca promover los cambios requeridos.
En ese sentido, aunque me pese, quizá sea mejor que se renueve y sobreviva. Lamentablemente, el PRD sigue entrampado en su tradicional obstruccionismo y su ideología anacrónica, por lo cual difícilmente negociará con el PAN y con el gobierno. Si se divide el PRI, es muy posible que la facción retrógrada establezca una alianza con el perredismo suficientemente fuerte para bloquear todo intento de reforma. En cambio, un PRI renovado tendría que ser, por definición, bastante centrista en su orientación ideológica, por lo cual habría mayores probabilidades de sacar adelante algunos cambios.
No sé que sucederá. Quizá Gordillo y Madrazo lleguen a un arreglo; a final de cuentas, los priístas difícilmente quieren poner en riesgo la maquinaria electoral más duradera y poderosa en la historia moderna. Pero también es posible que sus elementos más decentes y modernistas sepan que un PRI sin cambios es un PRI condenado al fracaso y sientan que hay más posibilidades fuera de él que dentro de él. Ahora sí, todo puede suceder.
viernes, noviembre 28, 2003
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