jueves, noviembre 06, 2003

Cuando Greenspan habla, hay que escuchar

Obvio: es el banquero central más poderoso del planeta. Pero el presidente de la Reserva Federal siempre ofrece discursos en los que siempre aprendo algo nuevo. Aunque emplea un lenguaje un tanto seco y lleno de argot económico, su lucidez y claridad son evidentes. Los resúmenes que aparecen en los medios no le hacen justifica. El discurso que pronunció hoy es un excelente ejemplo.

Se trata de un resumen muy claro de la actual coyuntura económica en Estados Unidos. Pero lo que más me interesó fue lo que dijo sobre la productividad (que por cierto hoy se informó que creció a un asombroso ritmo anual de 8.1% en el tercer trimestre). En los últimos dos años, la producción por hora trabajada aumentó a un ritmo superior a 5% anual, una tasa más de dos veces superior al promedio histórico. A largo plazo, la productividad está ligada estrechamente al ingreso por persona, por lo cual su crecimiento es muy positivo, pero en el corto plazo puede tener consecuencias no muy favorables. Actualmente, muchos piensan que las ganancias en eficiencia han permitido a las empresas estadounidenses elevar sus ventas sin contratar más trabajadores o invertir mucho. Si el empleo no repunta en los próximos meses, varios analistas sienten que eso afectará el gasto de los consumidores y eventualmente amenazará a la salud de la economía.

Esto no es nuevo. Pero pocos se preguntan cuáles son las fuentes del impresionante desempeño de la productividad. Alan Greenspan ofrece tres teorías:
1. Las empresas, cautelosas ante el confuso panorama económico, exprimen a sus trabajadores y recursos al máximo, lo cual eleva la productividad a corto plazo, pero no es una práctica que puede sustentarse por mucho tiempo.
2. La productividad presenta un alza permanente y no repetible. Quienes la proponen argumentan que durante los noventa las empresas enfatizaron el crecimiento y dejaron a un lado el control de costos y los esfuerzos para elevar la eficiencia. En un clima económico y financiero más hostil, ahora buscan corregir las ineficiencias acumuladas para bajar costos y elevar la rentabilidad.
3. Por último, otros proponen centrarse en el crecimiento de la producción por hora trabajada, la cual está incluso aumentando desde niveles de por si altos debido a los avances tecnológicos de la década pasada, los cuales tardaron tiempo en surtir efecto debido a que las empresas tuvieron que reorganizar sus procesos productivos para aprovechar las nuevas tecnologías (tal como sucedió hace 100 años con la electricidad).

Greenspan señala que estas teorías no son excluyentes entre sí, por lo cual el desempeño de la productividad puede ser explicado por una combinación de ellas. En particular, las primeras dos claramente imponen límites al crecimiento de la producitividad a mediano y largo plazo, y la tercera a muy largo plazo (salvo que se presente otra revolución tecnológica). Por tanto, es probable que las empresas tengan que empezar a contratar más trabajadores y que la productividad crezca a un ritmo más moderado.

Claro, esto dependerá de que las firmas tengan confianza en que habrá más demanda. Esto ya no es un problema, ya que la confianza de los negocios está al alza. Pero, como señalé ayer, tampoco es un hecho consumado. El reciente repunte en la inversión privada, combinado con un alto grado de capacidad ociosa, bien puede indicar un renovado esfuerzo para sustituir trabajo por capital, tanto por los crecientes costos fijos del empleo (sobre todo seguros médicos) como por el temor a que el repunte reciente en el consumo sea producto de los estímulos fiscales y monetarios, que son por naturaleza transitorios.

En fin. No hay respuestas fáciles y Greenspan --que se muestra cautelosamente optimista--se ha equivocado en ocasiones. Pero siempre es importante entender el trasfondo de estos fascinantes temas.

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