Una no es ninguna. Por lo menos es lo que yo y muchos otros pensaban cuando Estados Unidos decidió imponer hace un par de año barreras a las importaciones de acero. A final de cuentas, incluso presidentes con buena disposición al libre comercio, como George Bush padre y Bill Clinton, llegaron a hacer lo mismo por motivos políticos.
Pero horas después de que la OMC dictaminó que esas barreras eran ilegales, la administración Bush impuso cuotas a las importaciones de ciertos textiles chinos. Dos medidas de este tipo disparan alarmas, sobre todo cuando en el congreso estadounidense hay propuestas legislativas para imponer tarifas a todas las importaciones chinas.
Por si fuera poco, llega la noticia de que las negociaciones para el Área de Libre Comercio de las Américas dieron un pésimo resultado. Al parecer, el acuerdo consistió en que las negociaciones para hacer un acuerdo hemisférico están prácticamente muertas. En cambio, se privilegiarán acuerdos bilaterales que, todo mundo concuerda, son un medio inferior para impulsar el libre comercio. Los brasileños, que nunca han sido muy entusiastas de la apertura comercial (lo cual explica en parte su pésimo desempeño en materia de crecimiento), están felices. Pero tristemente parece que los estadounidenses también. A ellos les conviene esta modalidad de apertura, ya que en pactos bilaterales tienen mayor poder de negociación.
En otras palabras, la principal potencia del planeta considera que vive en un mundo suma cero, donde lo que gana uno lo pierde otro. Ese es el mensaje que envía tanto su política exterior como su política comercial. Ahora, todos los avances materiales y políticos producto de la cooperación internacional a lo largo de más de 50 años están en riesgo. En ese sentido, George Bush es una amenaza mucho mayor para el mundo que Osama bin Laden.
lunes, noviembre 24, 2003
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