Para quienes nos jactamos de ser algo racionales, el movimiento globalifóbico es un misterio. A final de cuentas, pese a sus horrores, la humanidad avanzó más en el siglo XX en términos de condiciones materiales y expectativa de vida que en toda su historia previa. Estos avances coincidieron con la consolidación de la democracia y del capitalismo con sentido social. A partir de la Segunda Guerra Mundial, la apertura comercial ha sido la piedra angular de nuestra creciente prosperidad (no es coincidencia que África, India, Medio Oriente y, hasta cierto grado, América Latina son las regiones más cerradas al comercio y las que menos han avanzado).
Los globalifóbicos ven todo esto al revés. Parecen, en la medida en que pueden decir algo coherente, que el libre comercio perjudica a los pobres (pese a que en China se ha presentado la reducción más drámatica en la pobreza en la historia de la humanidad desde que abrieron su economía), destruye el medio ambiente (pese a la devastación ambiental en los países comunistas) y acaba con las culturas nativas (un buen indígena es un indígena pobre). Cada quién tiene derecho a tener su propio punto de vista, pero nada de lo que dicen es respaldado en lo mínimo por evidencia. Es más, lo único que quieren y proponen es destruir a las organizaciones multilaterales (como la OMC) que son esenciales para fomentar el comercio internacional. Dan la impresión de que quieren que el mundo regrese a una especie de estado fuedal pastoralista, sin comercio, sin las satánicas multinacionales, donde los campesionos puedan practicar agricultura de subsistencia sin ser molestados y con todos viviendo en sociedades aisladas de las terribles influencias culturales externas.
Todo esto viene al caso por este perfil, publicado en el NYTimes, de una activista que organiza las manifestaciones como las que veremos en Miami en los próximos días (a propos de la cumbre ministerail del ALCA). Toda una vida dedicada a protestar, pero, ¿con qué propósito? A esa mujer parece que ni siquiera le pasa por la mente cuestionar por qué hace lo que hace. En ese sentido, los globalifóbicos son una nueva manifestación nihilista. Quieren destruir por destruir, aunque pretenden luchar por la justicia. Va sin decir que si alguna vez triunfan, condenarían a muerte a cientos de millones de personas y reducirían el nivel de vida de todos.
En ese sentido, su visión tiene bastante en común con los extremistas islámicos que quieren destruir a Occidente y regresar al Califáto musulman que dominó el Medio Oriente hace mil años. Osama y Cía. no proponen nada para mejorar la humanidad. Simplemente quieren que el Islám ocupe la posición dominante que tenía hace siglos. Afganistán bajo los Talibanes ofrecía un buen ejemplo de qué sucedería si triunfan: la humanidad perdería más de siete siglos de avances en todo ámbito.
Pues lo lógico ya está sucediendo. Terroristas y globalifóbicos empiezan a unirse. Andrew Sullivan pronostica que esa alianza crecerá y se profundizará. En sus palabras: "Comparten un odio de la libertad en Occidente, un anti-semitismo profundo y una hostilidad implabable contra el capitalismo." Estoy de acuerdo: no me extrañaría que en uno de sus famosos mensajes grabados, Osama bin Laden empiece a criticar la globalización.
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