Para dinosaurios como su servidor que llevan diez o más años usando Internet, la introducción de Goolge fue una verdadera revolución positiva en el ámbito de las búsqueda de información en línea. Ahora esta innovadora empresa quiere hacer lo propio en Wall Street.
De acuerdo con esta nota, la empresa está pensando vender acciones en la bolsa (actualmente no cotiza) a través de una masiva subasta en línea.
Para entender por qué es un paso revolucionario, es preciso saber cómo se maneja este proceso actualmente. Las empresas buscan colocar acciones en bolsa cuando necesitan capital para crecer (y por sus características no pueden vender deuda) o cuando algunos de sus accionistas quieren vender parte de su participación. Tomada esta decisión, acuden a una correduría/banco de inversión. Los financieros de esas instituciones se encargan de hacer los trámites necesarios, asignarle un valor a las acciones y distribuirlas entre los inversionistas interesados. Una vez concretada esta transacción, las acciones se pueden vender libremente, en cualquier momento, en el mercado a un precio pactado entre el comprador y vendedor.
Suena inocente, pero en los noventas quedó claro el grado de perversión que existe en esta práctica. En primer lugar, el mercado de ofertas de acciones es un oligopolio de las grandes corredurías (Merrill Lynch, Goldman Sachs, Morgan Stanley, Bear Sterns y unas cuantas más). Todos cobran lo mismo por un servicio (entre 5 y 7% del importe de la colocación) por un servicio que no tiene nada de extraordinario.
Además del costo excesivo, las corredurías incurren en prácticas corruptas (aunque tristemente legales). De entrada, hay evidencia que claramente muestra que el precio que asignan a las acciones en las ofertas públicas es significativamente menor al valor real/justo de las mismas, por lo cual los accionistas y la empresa reciben menos dinero del que podrÃan obtener bajo un esquema justo. Esta subvaluación intencional tiene un propósito: las corredurías asignan acciones baratas a clientes que les pueden traer negocios, los cuales realizan en cuestión de minutos fuertes ganancias, ya que una vez que empieza a cotizar la acción, pueden venderla a su precio real.
Las corredurías justifican esta sucia práctica señalando que vender las acciones a un bajo precio inicial asegura que haya mucha demanda por ellas, sobre todo de grandes fondos e instituciones, quienes llevan a cabo compras y ventas de forma constante. Esto permite que desde el inicio haya un mercado líquido para esas acciones (lo cual significa que es fácil comprar y vender en cualquier momento incluso grandes paquetes de acciones).
Durante los noventa, era común que en el primer día después de la oferta pública las acciones subieran incluso más de 100%. Un gran negocio para las corredurías y sus amigos; un robo para los accionistas de la empresa en cuestión.
Éstos toleraron ser estafados por varios factores. Durante la burbuja bursátil, consideraban que si la acción de su empresa subía espectacularmente, era una suerte de publicidad gratis. Además, hacer esta transacción a través de una correduría grande aseguraba que ésta asignaría un analista para seguirla (el cual obviamente siempre recomendaba comprarla), lo cual fomentaría más alzas en el precio , permitiendo que el accionista (en muchos casos los mismos ejecutivos de la firma, cargados de opciones de compra) pudieran vender su participación a un precio muy alto en el futuro.
El método propuesto por Google, una subasta, asegura que el precio que recibirá la empresa por sus acciones será más alto que el que obtendría a través del método tradicional. Además, el costo de la transacción seguramente será mucho menor. Después de la gran caída en el valor de las acciones, los supuestos beneficios de vender acciones subvaluadas para que subieran mucho después ya no se puede defender; asimismo, la reputación de los analistas bursátiles es tan baja y la fama de Google tan alta, que las corredurías no pueden amenazar creíblemente no seguir la acción de esta firma.
En el artículo del FT, una fuente anónima (que seguro trabaja en una correduría) es citada afirmando que una subasta implicaría que una serie de abuelas y don nadies se quedarán con las acciones, por lo cual no existirá un mercado líquido para ellas.
La liquidez no es una consideración trivial, pero esta crítica es perfectamente estúpida: Google bien puede diseñar una subasta en donde uno de los criterios de asignación de acciones será el monto demandado por cada postor. Es decir, un fondo que quisiera comprar 100,000 acciones tendría, tomando el precio como dado, preferencia sobre un Juan Pérez que quiere adquirir 100 acciones.
En los últimos años nos hemos dado cuenta, gracias a toda una serie de escándalos, de cuán corrupta e ineficiente es la industria financiera. Es poco competitiva (sobre todo en este rubro), está llena de conflictos de intereses y la ética de sus dirigentes es dudosa. En ese sentido, cambiar el método para llevar a cabo ofertas públicas ofrecerá beneficios económicos importantes para las empresas y para el público inversionista, tanto en términos monetarios como de transparencia.
(Nota: No recuerdo bien el nombre, me parece que es Hambrecht, pero en los noventas había o hay una correduría que puso en práctica este esquema, aunque en la burbuja es lógico que el éxito fue mucho menor al esperado).
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