A raíz de los atentados en España y sus consecuencias, de nueva cuenta el terrorismo --particularmente su sangrienta versión islámica--ocupa un lugar central en la larga lista de preocupaciones. No soy ni experto ni gran conocedor de estas cuestiones, pero me atrevo a hacer una sugerencia para empezar a atacar este problema:
La Declaración Universal de Derechos Humanos de la ONU.
Si queremos terminar con esta plaga, es hora de darle "dientes" a lo que, hasta ahora, ha sido una mera declaración de buenas intenciones. Es hora de sancionar, excluir y hacer todo lo posible para empujar a los países que violan la gran mayoría de las disposiciones de este documento a cambiar. Es hora que los países civilizados, de buena fe, que en mayor medida respetan esos derechos se unan para hacerlos valer en todo el mundo.
¿Imposible? Tiene que haber alguna forma de hacerlo. Para empezar y evitar subjetividad en las evaluaciones, la ONU debe revisar el marco legal de cada país para ver si las mismas leyes son compatibles con esos derechos. Por dar un ejemplo, en Arabia Saudita no hay libertad de religión. Los países en cuestión deben reformar su marco legal o, si rehúsan hacerlo, serán expulsados o excluidos de la ONU, OMC, FMI, Banco Mundial, FIFA y toda organización internacional.
En una segunda etapa, se deberá encontrar mecanismos para establecer si se respetan o no esos derechos en la práctica. Esto es mucho más complicado, pero no imposible.
Obviamente, habrá países que prefieran el aislamiento a la integración. Incluso su respuesta puede ser violenta. En ese sentido, los países liberales --todos--deben formar una alianza para contener, disuadir y, en peor de los casos, combatir a los parias. Estoy pensando en las peores dictaduras comunistas (Corea del Norte y, en menor grado, Cuba y China) y países como Sudán, cuyo gobierno islámico ha matado e incluso esclavizado a cerca de 2 millones de personas, la mayoría cristianos y paganos (un total que, por mucho, supera las muertes musulmanas en sus conflictos con Israel y Occidente).
A la larga, eso mataría al terrorismo islámico, cuyas metas son totalmente incompatibles con los derechos humanos como los conocemos. Si los pueblos musulmanes son forzados a elegir en blanco y negro entre la visión de esos locos y la modernidad, dudo que voten por Osama. Si lo hacen, el mundo debe unirse para repudiarlos y encerrarlos en su podredumbre hasta que entren en razón. No se les puede permitir que gocen los beneficios de pertenecer a la comunidad de naciones al mismo tiempo que toleran o incluso fomentan al terrorismo.
Esto requerirá sacrificios (por ejemplo, petróleo más caro o más atentados en el corto plazo) y enormes cambios. ¿Pero hay otra alternativa?
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