Hace un año escribí una nota detallada sobre la situación en el campo mexicano a raíz de las protestas de grupos campesionos por motivo de la nueva ronda de liberalización de productos agrarios en el marco del TLC. El gobierno decretó algunas salvaguardas, ofreció más apoyo y el tema de nuevo se guardó en el closet. No obstante, aparecerá de nuevo y me parece que este análisis sigue vigente. Por motivos de espacio, les presentaré este ensayo en tres o cuatro partes a lo largo de los próximos días.
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Tras largos años de ausencia, el tema del campo ha irrumpido en el escenario político. El dilema de este sector es claro: genera un ingreso muy bajo para la población que se dedica a las actividades agropecuarias, ya que su productividad por trabajador alcanza el 22% del nivel observado en toda la economía. Eso conduce a que el ingreso promedio por hogar sea 62% inferior las zonas rurales comparadas con las urbanas, de acuerdo a la Encuesta Nacional de Ingreso Gasto de los Hogares, 2000.
Pero el campo no sólo es tragedia. Entre 1970 y el 2000, la producción real por trabajador en el sector agropecuario aumentó a un ritmo casi tres veces mayor –2% anual contra 0.7% anual--que la productividad de la economía mexicana en su conjunto. En términos de actividad, ha sido un sector sorprendentemente dinámico.
Esto último subraya la necesidad de despojar a este sector de los mitos que lo rodean. Sólo conociendo las tendencias estructurales del sector agropecuario se puede hacer un diagnóstico correcto de sus problemas y evitar que la medicina –como la “renegociación” del capítulo agropecuario del Tratado de Libre Comercio de América del Norte—sea peor que la enfermedad-
--Las paradojas de la productividad---
El elevado ritmo de crecimiento de la productividad laboral en el sector agropecuario (que también incluye la silvicultura y pesca, aunque el peso de estas actividades es mínimo) no es un espejismo, ya que lo mismo ha sucedido en otras naciones. Por ejemplo, entre 1977 y el 2001, la producción real por trabajador agropecuario en Estados Unidos aumentó a un ritmo anual de 2.4%, más de dos veces superior al aumento de 1.1% anual para la economía en su conjunto
Esta tendencia se debe a varios factores, pero el mejoramiento de insumos como fertilizantes, semillas y pesticidas es el más importante.
Esa abundancia tiene un problema: más allá de un cierto punto, el consumo de alimentos por habitante tiende a estancarse. Como consecuencia, el aumento en la productividad agrícola se traduce en una caída en los precios de los productos agropecuarios, por lo menos con relación a los demás precios en la economía. En Estados Unidos, entre 1977 y el 2001, el nivel de precios general aumentó a un ritmo anual de 3.8%, mientras que los precios agropecuarios subieron sólo 0.4% al año, de tal forma que en ese lapso registraron una caída relativa acumulada de casi 55%. En México, la baja relativa en los precios agropecuarios se ubicó en 25% entre 1980 y el 2002
Este fenómeno es positivo en lo general, ya que permite que los consumidores (sobre todo el 75% de la población que reside en áreas urbanas) destinen un menor porcentaje de su ingreso a los alimentos. Por ejemplo, en 1963 los alimentos, bebidas y tabaco representaba el 42% del gasto de los hogares mexicanos, mientras que para el año 2000 esa proporción había bajado a 23%.
Pero para los productores agropecuarios la baja en los precios ha contrarrestado en buena medida las ganancias en productividad. En México, si bien su ingreso real ha subido, no han podido cerrar la brecha con otros sectores: el valor agregado por trabajador agropecuario era equivalente al 17% del nivel observado en los demás sectores en 1950 y 22% en el 2000. Eso explica por qué se percibe que no ha bajado mucho la pobreza –siempre un concepto relativo--en el campo, pese a que todos los indicadores sociales de ese sector muestran mejoras.
De nueva cuenta, lo mismo se observa en la mayoría de los países. Pero lo que llama la atención del caso mexicano es la magnitud de la brecha en productividad laboral del sector agropecuario con relación al promedio de la economía: el valor agregado por trabajador alcanza sólo una quinta parte del promedio. En Estados Unidos, por ejemplo, alcanza casi el 60% del nivel promedio para toda la economía
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