Ante la aparente decisión de la OPEP de seguir adelante con su recorte planeado a la producción, el tema del precio del petróleo y la gasolina se está convirtiendo en un delicado tema político en Estados Unidos (vean esta nota). No cabe duda que pagar más al llenar el tanque del auto es un tema que afecta a todos los estadounidenses de forma directa y visible. Y no les gusta.
En lugar de buscar chivos expiatorios, deberían empezar por poner orden en su propia casa. Un factor que ha elevado la demanda de petróleo (prometo que uno de estos días investigaré los números precisos) en ese país, contribuyendo a mantener los precios altos, es el creciente uso de vehículos grandes y pesados (camionetas y similares). Cabe notar que éstos gozan una exención en cuanto a los estándares de eficiencia de combustible, por lo cual gastan mucha más gasolina que un auto estándar.
Las cifras son impactantes. En 1990, se vendieron 13.9 millones de vehículos en EUA, de los cuales 2/3 partes eran autos normales y 1/3 parte camioneta. El año pasado se vendieron 16.6 millones de autos y el 55% fueron camionetas. Visto de otra forma, en el 2003 las ventas de autos fueron 20% menores a las de 1990, mientras que en ese lapso el número de camionetas vendidas se duplicó. (Las cifras se pueden encontrar aquí).
Lo más triste es que tanto el público como los políticos rehúsan asumir su responsabilidad. El John Smith típico siente que tiene el derecho divino a tener gasolina barata y manejar su pick-up que pesa una tonelada y que rinde 10 kilómetros por litro. Como resultado, los políticos no se atreven a desincentivar la compra de esos vehículos o fomentar una mejora en su eficiencia: su respuesta es presionar a la OPEP (la cual, aunque quisiera, no tiene mucho margen para elevar la producción).
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