viernes, enero 23, 2004

¿Qué hacemos para merecer a nuestra clase política?

No sé. Pero debe ser una pesada carga kármica. Hay días en que parece que no hemos avanzado desde los tiempos de Antonio López de Santa Anna, el infame, traicionero y esporádicamente popular líder que tuvo una mano en los principales desastres del S. XIX en México.

Hoy, Jorge Fernández Meléndez publicó una columna que ofrece ejemplos de sobra, empezando por el famoso Nicogate (para el beneficio de los lectores que no son mexicanos, resulta que el chofer del consipicuamente austero jefe de gobierno de la capital cuenta con un salario equiparable a un funcionario de tercer nivel, convirtiéndolo en el chofer mejor pagado del país). Pero incluye otro asunto que es infinitamente más relevante y lamentable.

Resulta que la Secretaría de Relaciones Exteriores acaba de nombrar a un tal Juan Bosco Martí como nuevo director para América del Norte. Es decir, un puesto clave para el manejo de las relaciones con Estados Unidos, cuya importancia y complejidad no se pueden minimizar.

Resulta que el Sr. Martí tiene 27 años y acaba de graduarse como ingeniero industrial. Incluso si le damos el beneficio de la duda en cuanto a talento e inteligencia, ¿qué hace en un puesto tan importante? Seguramente mi incredulidad ante este nombramiento no se puede comparar con la que sentirán los funcionarios del Departamento de Estado estadounidense cuando tengan que tratar con un joven, de la edad de sus hijos, que carece de experiencia diplomática, contactos y conocimientos (repito, por más inteligente que sea). Seguramente el respeto que puediera haber tenido por Collin Powell y su equipo por nuestro Canciller, Luis Ernesto Derbez, acaba de evaporarse.

No es la primera pifia de Derbez. Hace unos días, se reveló que el embajador mexicano ante la OCDE, que en la práctica es un centro de estudios, importante pero no vital, gastó sumas exorbitantes en vivienda, autos y diversos lujos. A esto hay que sumar el mal sabor de boca que dejó el alineamiento incondicional de México con la política estadounidense en materia de inmigración y en torno a Venezuela, el humillante despido del ex embajador mexicano en la ONU y otras tantas.

Lo más deprimente del caso es que Vicente Fox no muestra la más mínima intención de corregir los errores crasos de sus colaboradores. Es más, entre más ineptos sean, más lealtad les muestra. Es imperdonable y humillante.

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