Antes que nada, recomiendo mucho esta nota publicada hoy en el New York Times. Dicho eso, aquí van algunos comentarios relacionados.
La economía china parece imparable, invencible e invulnerable. Nadie duda que ese país tiene formidables ventajas competitivas que lo seguirán empujando a convertirse en la fábrica del mundo. Pero no hay que olvidar que sigue el modelo asiático de crecimiento con base en las exportaciones, seguido en su momento por Japón, Corea, Taiwan y las naciones del sudeste asiático.
Ese modelo contempla altas tasas de ahorro e inversión para expandir la capacidad productiva destinada al mercado internacional. En general, este modelo ha permitido que miles de millones de personas salgan de la pobreza en unas cuantas décadas. Es un éxito, pero llega un momento en donde encuentra su límite. En este caso, el talón de Aquiles es la ineficiencia en la asignación del capital.
En China, como en las demás economías asiáticas, la intermediación financiera corre a cargo de la banca. Por diversos motivos que van desde la interferencia política (los bancos chinos son estatales) hasta el modelo de organización industrial ( los kereitsu japoneses olos chaebol coreanos), la función de la banca es prestar sin hacer demasiadas preguntas. Inevitablemente, se financian cualquier cantidad de proyectos inviables y especulativos. Tarde o temprano, cuando la economía se desacelera por algún motivo externo (baja en las exportaciones) o interno (alza en las tasas por presiones inflacionarias), la banca se torna insolvente, generando una crisis económica y financiera.
Todo mundo sabe que los bancos chinos tienen un balance precario. La preguna no es si estallará este problema; más bien, es cuándo y qué tan fuerte será.
domingo, enero 18, 2004
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