En las democracias, el cuestionamiento a la ética y la conducta de los políticos es una constante. El público ha aprendido a ser cínico de las intenciones de sus gobernantes, ya que saben que éstas casi siempre son motivadas por intereses personales (alcanzar y conservar el poder a toda costa). En los últimos años, casi toda figura pública --hombres de negocios, príncipes de la iglesia, intelectuales, etc.--y las instituciones a las que pertenecen ha sido sujeta a este cuestionamiento a raíz de los incesantes escándalos que nos presentan los medios.
Aunque no sea placentero, ese cinismo es muy útil: fomenta el escrutinio crítico, la rendición de cuentas, la transparencia y la creación de mecanismos de control adecuados.
Actualmente, pocos conservan la confianza del público. Me atrevería a decir que sólo las ONG y las instituciones que trabajan en causas importantes --defensa de los derechos humanos, protección del medio ambiente, salud pública y similares--gozan de un prestigio casi universal. Sin embargo, el hecho de trabajar para causas nobles no debería excentar a estas instituciones del escrutinio crítico.
Todo esto viene al caso por esta noticia, que recibe poca atención, pero es de gran importancia. Indica que los estimados apocalípticos sobre el número de personas infectadas de VIH/SIDA en África son bastante exagerados. Evidentemente, todas las organizaciones involucradas tienen interés en pintar a esta epidemia --muy grave aun con las revisiones--de la forma más amenazante posible. Eso atrae atención, dinero, influencia y prestigio, cosas que todo ser humano codicia y busca, incluso si el precio es mentir.
Lo mismo sucede con otras causas, particularmente la defensa del medio ambiente, en donde las distorsiones de ONG como Greenpeace están al órden del día.
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