En el 2000, Foreign Affairs publicó este artículo, en el cual se argumentaba que existía una probabilidad nada desdeñable que los precios del petróleo bajarían mucho (cerca de los US$10 por barril), con graves consecuencias para la estabilidad geopolítica mundial.
Obviamente, se equivocaron. Pero a veces podemos aprender más de una predicción erronea formulada con buenas bases que de una que resulta correcta más por suerte que por contar con buenos fundamentos.
De haber leído el artículo en cuestión hace cuatro años, hubiera estado de acuerdo con los autores: las mejoras tecnológicas para descubrir y explotar yacimientos, la moderación de la demanda por un uso más eficiente de la energía y la liberalización del sector energético en varios países productores apuntaban a que el precio promedio del crudo se mantendría, en promedio, cerca del equilibrio de largo plazo dictado por la estructura de costos (US$ 20 por barril). Esto implicaba una caída gradual en el precio real (ajustado por inflación) del petróleo. Sin duda, esto representaría un reto importante para los países que dependen mucho de la exportación de este energético (los países del Golfo, Venezuela, Nigeria, Rusia y muchos otros).
¿Qué sucedió? En el artículo original hay una frase que bien vale la pena tener grabada: "The lessons of the past century should have taught us that politics, not geology, has ruled our oil-supply fate."
En efecto, como señala uno de los autores en una nota publicada en el número más reciente de FA, el alza reciente en los precios (un tema que analizé recientemente) es, en general, atribuible a factores políticos, como el conflicto interno de Venezuela y la intensificación del terrorismo islámico.
A esto añadiría la nueva incertidumbre en torno a la capacidad de producción, que se disparó cuando Shell redujo sorpresivamente su estimación de las reservas explotables hace unos meses.
De todo esto, yo me quedo con las siguientes lecciones, que si bien no son originales, vale la pena tenerlas en cuenta:
1. Toda tendencia lleva dentro de sí misma la semilla de su destrucción:
A fines de la década de los noventa, todos pensamos que la combinación de avances tecnológicos y el debilitamiento de la OPEP aseguraban que los precios del petróleo se mantendrían bajos. Al mismo tiempo, olvidamos que dos décadas de precios bajos habían reducido la inversión para encontrar nuevos yacimientos, crear reservas estratégicas y para avanzar en la búsqueda de fuentes alternativas de energía. Cuando llegaron los shocks políticos, no estabamos preparados para enfrentarlos.
Ahora que los precios llevan cuatro años en niveles relativamente altos y todos los días se publican artículos pesimistas al respecto, hay que empezar a pensar en el escenario opuesto. Si bien es poco probable que en el futuro próximo se presente una baja significativa, seguramente ya se diparó la inversión para encontrar nuevos yacimientos en regiones políticamente estables, así como las inversiones para desarrollar fuentes alternas de energía. Tarde o temprano, es muy probable que estos factores ejerzan una presión bajista sobre los precios del petróleo. ¡No me atrevo a dar fechas!
2. Hay que estar atentos a los efectos "secundarios" de las grandes tendencias
La caída en los precios del petróleo durante los años ochenta y noventa generó serias dificultades para los países productores. En muchos casos, los estándares de vida cayeron significativamente. No me parece demasiado atrevido afirmar que, por lo menos en parte, el surgimiento del terrorismo islámico y la elección de un populista como Hugo Chávez en Venezuela son consecuencias directas, aunque rezagadas, de ese proceso de empobrecimiento.
En ese sentido, vale preguntar cuáles serán las consecuencias del actual boom petrolero. Lo más deseable es que los países que dependen del oro negro utilicen los ingresos extraordinarios de su explotación para emprender reformas profundas que los ayuden a tener una economía más estable y capaz de crecer incluso si vuelve a bajar su precio. El éxito de Dubai es un buen ejemplo y Rusia está intentando hacer esto. Es muy importante que los países ricos empiecen a fomentar estos cambios, aunque no paguen dividendos a corto plazo.
Pero en otros países del Golfo y Venezuela, lo más probable es que los autócratas utilicen el dinero para intentar comprar paz social (una estrategia que dificilmente funcionará) y, por lo mismo, dificilmente intentarán emprender reformas con un potencial desestabilizador. Esto crea un escenario de pesadilla: si los precios vuelven a caer, lo que hoy son insurgencias de (relativamente) bajo nivel bien podrían convertirse en conflictos mucho más graves.
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