En efecto, el ex Secretario de Hacienda de Carlos Salinas fue recibido con carpeta roja por la prensa cuando ayer presentó una serie de recomendaciones para reactivar a la economía mexicana. Según él, la mayoría no requieren aprobación del Congreso, por lo cual podrían ponerse en marcha sin muchos problemas.
Poco aporta el arquitecto del programa de estabilización que ayudó al país a superar la crisis de los años ochenta, pero cuyas políticas sentaron las bases para la dura crisis de 1995.
Algunas de sus recomendaciones (adoptar estándares contables internacionales, eliminar áreas redundantes en la administración pública, crear un buen sistema de justicia) son útiles en sí mismas, pero muy obvias.
También recomendó reducir el gasto corriente (es decir, el gasto no destinado a la inversión) del gobierno. Yo opino que esto podría ser ser incluso contraproducentes. El problema real con el gasto estatal no es su nivel (modesto), sino su productividad: recibimos poco por lo que pagamos. En ese sentido, elevar la productividad del gobierno en áreas como seguridad y educación más bien requiere reformas laborales (que pasan por el Congreso) que permitan reducir el poder de los grandes sindicatos, aunque sin duda las propias autoridades pueden hacer mucho más.
Otra propuesta es alinear los precios domésticos de la energía a los niveles internacionales. Aquí el problema es que (con la reciente excepción de la gasolina), son demasiado altos, sobre todo en el caso del gas natural. Pero tal como he señalado, el problema del gas natural en general es que no hay un mercado mundial. México está atado a la red norteamericana de gas (el gas en Europa es, por ejemplo, mucho más barato) y no hay mucho que hacer al respecto. Sin duda, una reforma energética es vital (algo ya planteado), pero parece imposible que el Congreso la apruebe.
Por último, me llamó la atención que propone crear un programa para elevar la productividad del cultivo el país, el principal producto agrícola del país. Suena bien, pero los problemas de fondo del agro mexicano (propiedad colectiva de la tierra, falta de crédito, bajo capital humano, etc.) requieren otra clase de soluciones.
En fin, no vale la pena dedicarle más espacio a propuestas que parecen poco originales. Lo que es más interesante es el propio personaje.
Aspe fue y, en cierta medida, sigue siendo adorado por muchas personalidades del mundo empresarial y financiero. Sin duda, muchas medidas adoptadas durante su gestión (reestructuración de la deuda externa, disciplina fiscal, reformas administrativas en el fisco y aduanas, impulso a la privatización, etc.) fueron correctas. Muchos señalan que los grandes errores en política económica que llevaron a la crisis de 1995 (endeudamiento excesivo a corto plazo en dólares, una política cambiaria inadecuada, crecimiento excesivo del crédito bancario, etc.) no se le pueden atribuir a Aspe, sino a las órdenes de su jefe (Salinas).
Quizá sea cierto, quizá no (en todo caso, si fue cierto, le faltaron cojones para renunciar). Pero Aspe fue directamente responsable de enormes y costosos errores: 1) dejó la banca comercial en manos de pillos y los dejó hacer lo que quisieran; 2)otras privatizaciones, como la de Telmex, se llevaron a cabo bajo bases incorrectas (dejó a esa empresa con un monopolio); 3) no logró un aumento significativo en la recaudación fiscal ni atacó los problemas estructurales de las finanzas públicas, entre otras.
En ese sentido, considero que el juicio que hizo la sociedad de su gestión --mayoritariamente negativo--es muy justo.
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