En años recientes, muchos de las cuestiones centrales que enfrentamos tienen una dimensión religiosa. Ejemplos abundan: el enorme poder de la derecha evangélica en Estados Unidos, el reto del islamismo radical, el papel de la religión en el conflicto palestino-israelí, el dominio teocrático en Irán, la guerra civil en Sudán, las masacres de musulmanes en la India, etc.
Para entes radicalmente seculares como su servidor, es un fenómeno tan amenazante como inexplicable. Nos preguntamos cómo puede ser que, en el apogeo de la democracia liberal y en un entorno de mayores niveles educativo, una fuerza tan anacrónica y represiva como la religión esté ejerciendo tanta influencia en la vida pública. Reconozco que es una visión que muchos pueden considerar como arrogante e intolerante. Pero incluso quienes tienen una mejor opinión de la religión deben estar preocupados por el hecho que es una fuerza cuya expresión es, actualmente, predominantemente negativa.
Al reflexionar sobre estas cuestiones, se me ocurrió que la controversia en torno a la película de Mel Gibson, La Pasión del Cristo, que será estrenada a fines de mes, ilustra perfectamente el origen y la posible solución al problema del mal uso de la religión.
Para no extenderme demasiado, simplemente noto que quienes han visto versiones preliminares de esa película señalan que se trata de las últimas horas de la vida de Jesús: su captura, juicio y crucifixión, con referencias ocasionales a otros episodios. En esencia, dramatiza (es decir, se basa en, pero no se limita a) las versiones de los cuatro evangelios, las cuales difieren parcialmente y en ocasiones se contradicen. Según este excelente artículo de Newsweek, enfatiza el papel de las autoridades religiosas judías como instigadoras del proceso en contra de Jesús, el cual a final de cuentas estuvo en manos de las autoridades romanas.
El problema, tal como nota el artículo de Newsweek, es que si bien los evangelios son la única fuente para saber qué sucedió, presentan serias deficiencias. De entrada, no sabemos quiénes los escribieron (son atribuidos a ciertos apóstoles por tradición), pero los expertos en esta materia afirman que fueron escritos décadas después de los eventos que describen (se considera que el evangelio de Marcos fue el primero y fue escrito alrededor de 70 d.C.)
Además, no son documentos que pretenden ser historias objetivas de la vida de Jesús; sus propósitos eran resaltar sus enseñanzas y justificar su autoridad divina, por lo cual los eventos de su vida fueron incluidos selectivamente para apoyar esas metas. No sabemos y no podemos saber qué tan veraces son esas historias ni qué tanto quedó excluido. Pero lo que sí podemos hacer es analizarlos a la luz del contexto en el que fueron escritos.
Ese contexto es difícil. Los evangelios fueron redactados después de la rebelión judía contra Roma (que terminó en 70 d.C.), la cual fue suprimida con lujo de violencia. El cristianismo era una pequeña secta judía, rechazada por la mayoría de sus correligionarios. En ese sentido, se entiende por qué los evangelios describen a las autoridades romanas en términos no tan desfavorables (querían evitar ser perseguidos a muerte) y por qué atacan constantemente a los judíos, sobre todo a las autoridades religiosas (era necesario justificar, ante ellos y los gentiles, el hecho de que la mayoría del mismo pueblo de Jesús no lo aceptaba). De hecho, el antagonismo contra los judíos se volvió más marcado en los evangelios más recientes (el último fue el de Juan) conforme el cristianismo se alejaba de sus raíces hebreas. Además, hay que mencionar que contienen muchos elementos poco realistas: por ejemplo, todas las fuentes externas concuerdan en señalar que Pilatos era un gobernante sanguinario, autoritario y cruel, lo cual contradice la imagen que transmiten los evangelios.
Para quienes estén interesados en este tema, recomiendo los libros de Elaine Pagels, una reconocida académica que estudia el cristianismo, y La Espada de Constantino, un magnífico libro escrito por James Carroll.
A lo que quiero llegar es que los grupos que emplean a la religión de forma negativa invariablemente interpretan a los textos religiosos de forma literal y selectiva. Ignoran o eligen ignorar por completo el contexto en el que fueron escritos, el cual es crucial para determinar su verdadero sentido. Por ejemplo, todos los expertos señalan que tanto la Biblia como el Corán tuvieron varios autores, quienes describían hechos acontecidos décadas o incluso siglos atrás y que estaban influidos por los temas y hechos de su propio tiempo. Pretender que son “la palabra literal de Dios” es una aberración.
Muchas iglesias cristianas (la católica, anglicana, luterana, etc.), así como autoridades de otras religiones, reconocen esto. Pero incluso ellos jamás lo enfatizan (me imagino que piensan que eso minaría su autoridad y la de los textos). De hecho, se limitan a citar los pasajes bíblicos más positivos e ignoran los incómodos o francamente repelentes. Eso crea una imagen muy distorsionada en la mente de los creyentes, quienes con frecuencia no tienen la capacidad o iniciativa para recurrir a fuentes más críticas. Ni qué decir de los evangélicos o fundamentalistas de toda estirpe, quienes en los textos sacros encuentran justificaciones para llevar a cabo toda clase de barbaridades.
La falta de un entendimiento crítico e informado sobre la religiones es la base de los males que emanan de ellas. Al no estimularlo, quizá las iglesias o grupos afines tengan un rebaño más grande y más devoto, pero al mismo tiempo aseguran que los feligreses tendrán una base moral defectuosa y un conocimiento menos que óptimo de los aspectos fundamentales de cada fe.
En ese sentido, Roma y las demás autoridades cristianas que han mostrado favorables hacia la película de Gibson cometen un grave error al no repudiarla. Es una oportunidad inmejorable para explicarle a los creyentes cómo hay que interpretar a los evangelios a la luz de su contexto. Eso permitiría terminar de una vez por todas con los mitos antisemitas que se basan en esos textos. Pero quizá más importante es que ayudaría a las personas a centrarse en el “por qué” de la muerte de Jesús (su significado religioso), que es lo importante, y dejar a un lado el “cómo”. Además, sería un acto valiente que serviría como inspiración a personas de otras persuasiones religiosas a tomar posiciones críticas similares y enfrentar al fundamentalismo maligno que es el azote de nuestros tiempos.
Lamentablemente, es un sueño de un pobre agnóstico. En la práctica, la actitud del Vaticano pare ser favorable y, que yo sepa, ninguna autoridad religiosa cristiana ha manifestado su oposición (con toda razón, autoridades judías han protestado). Parece que seguiremos apropiando como nuestros los conflictos y odios de hace dos mil años, encontrando novedosos y mortíferos medios para ventilarlos.
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