jueves, febrero 19, 2004

Argentina y México: ¿Cuál es la mejor estrategia para salir de las crisis?

A primera vista, las crisis económicas observadas en América Latina en años recientes tienen un guión similar:
1) el país emprende reformas que prometen transformar su economía
2) el país recibe cuantiosa inversión extranjera
3) el país emplea mal esos recursos y se vuelve evidente que su economía no tendrá los resultados esperados
4) los inversionistas extranjeros y nacionales pierden la confianza, dejan de enviar dinero o lo retiran y hay una enorme crisis de solvencia, acompañada por una depreciación tremenda del tipo de cambio.

A muy grandes rasgos, eso explica las causas de la crisis mexicana de 1995 y la argentina del 2002. Pero al comparar ambos casos, lo más sorprendente no son las propias crisis, sino los grandes contrastes en el proceso de recuperación. Específicamente, estoy pensando en las espectaculares tasas de crecimiento que presenta Argentina, cuya economía repuntó cerca de 10% en el 2003 con relación al año anterior. Por tanto, a continuación presento un análisis general, aunque todavía un tanto preliminar de cómo veo la situación en ese país.

La primera diferencia entre ambas naciones tiene que ver con la magnitud de las crisis. En 1995, el PIB de México cayó 6.2% real, mientras que el de Argentina se contrajo 11% en el 2002 (y casi 20% acumulado desde 1999). En ambos casos, la inversión fue el rubro más afectado, al contraerse a una tasa 4 veces superior a la del PIB, seguida por una caída en el consumo privado similar a la del PIB. Como era de esperarse, las exportaciones netas amortiguaron el choque (tanto por el alza en las ventas al exterior como por una caída en las importaciones), al igual que el consumo del sector público, aunque en menor grado.

También cabe notar que en los dos países el desempleo subió mucho y los salarios perdieron aproximadamente el 20% de su valor real por el alza en la inflación.

Lo interesante se presenta en el año posterior a la gran crisis. De forma predecible, el sector exportador goza de un auge, al igual que las industrias que pueden sustituir importaciones. Eso fomenta la inversión, generando una mejora en el empleo y un alza en el poder de compra de los salarios, lo cual se refleja en una mejora en el consumo.

Aunque eso sucedió en ambos países (1996 en México y 2003 en Argentina), las magnitudes son muy diferentes. En México, el PIB aumentó 5%, con base en un alza de 16% en la inversión y un repunte muy modesto de 2% en el consumo privado (el público prácticamente no varió), todo en términos reales. Tras crecer 30% real en 1995, las exportaciones aumentaron 18% en 1996, aunque las importaciones crecieron un poco más.

En Argentina, el repunte del PIB en los primeros 3 trimestres del 2003, comparado con el mismo periodo del año previo, sumó 12.6%. El alza fue fundamentada en un impactante alza de 44% en la inversión. El consumo privado creció 18% y el público 8.6%. De hecho, el gran freno fueron las importaciones, que subieron 40% real contra un alza de 10% en las exportaciones.

¿Qué quiere decir todo esto? Simplemente, que la demanda (consumo más inversión) se recuperó mucho más rápido en Argentina que en México. Me llamó mucho la atención que el poder de compra de los salarios en Argentina cerró el año pasado sólo un 5% por debajo de su nivel en 2001, mientras que en México tardó 7 años en regresar al nivel de 1994.

La gran diferencia entre ambos casos es que el gobierno argentino sigue en moratoria y el gobierno mexicano logró evitarla (gracias a la ayuda de EUA). Además, el sistema bancario argentino sufrió un daño mucho mayor que el mexicano.

Esto explica, por lo menos en parte, las diferencias en la trayectoria de las recuperaciones. Al quedar liberados (temporalmente) del peso de sus deudas, los consumidores, el gobierno y las empresas de Argentina de alguna forma tenían mayor capacidad de aumentar su gasto una vez pasada la peor parte de la crisis. Además, los problemas de la banca incentivan a que convertir los activos financieros en activos físicos, como inmuebles.

En cambio, la deuda acumulada restringió la recuperación de la demanda en México, la cual siguió orientada más bien a crecer con base en las exportaciones.

La gran pregunta es si el gobierno argentino hizo lo correcto en persistir en su moratoria y asumir una posición agresiva con respecto a sus acreedores. Por lo menos en el corto plazo, es una estrategia que permite reactivar la economía. A su vez, ese crecimiento permite tener una mejor posición para eventualmente cubrir los pasivos (aunque entre mejor esté la economía, los acreedores exigirán mayores pagos). Pero no hay que olvidar que parte de esta mejora es ilusoria: las deudas tendrán que ser pagadas y el poder de compra de los salarios subió tanto en parte por el congelamiento insostenible de las tarifas de algunos servicios públicos.

Pero a mediano y largo plazo, el panorama es más sombrío. La moratoria desincentiva la inversión extranjera, que fue la base de la recuperación económica de México entre 1996-2000. Podría ser suplida por inversión financiada con ahorro interno, pero es difícil imaginar cómo podría suceder eso con un sistema bancario en bancarrota. En México, donde se manejó mal la crisis financiera, aunque el estado rescató a los bancos, sólo hasta el año pasado empezó a fluir el crédito de nueva cuenta y todavía no mucho a las empresas. Sin duda, eso ha contribuido al bajísimo crecimiento económico mexicano en los últimos tres años.

En ese sentido, es probable que a Argentina le quede uno o dos años de alto crecimiento (aunque no a tasas de dos dígitos) en lo que recupera el terreno perdido desde 1999. Además, goza de una favorable coyuntura, tomando en cuenta el alto precio que gozan los productos primarios, la recuperación de la economía brasileña y la apreciación del euro (estos dos son mercados importantes). Si el gobierno se aplica a sanear la banca, reformar las finanzas públicas, manejar de forma razonable los precios de las tarifas públicas y en poco tiempo alcanzar un acuerdo con sus acreedores, bien podría retomar la senda del crecimiento sostenido.

Pero si sus autoridades confunden la recuperación cíclica actual con una tendencia a mayor plazo y, consecuentemente, sienten que su actitud de confrontación es correcta, es probable que el crecimiento se frene y regrese la inestabilidad financiera.

La ventana de oportunidad no durará mucho y México ilustra qué sucede cuando no se ejecutan bien esos pasos (aunque goza de estabilidad financiera y una gran reputación con los inversionistas, los problemas de la banca y la falta de una reforma fiscal han frenado su desarrollo).






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