viernes, febrero 13, 2004

El despido más caro de la historia

No cabe duda que la economía y las finanzas son un tema un tanto seco. Entre los pocos eventos que crean un poco de drama son los intentos de adquisición de empresas, sobre todo cuando se trata de nombres conocidos. El intento de Comcast por adquirir a Disney cumple todos esos requisitos.

Tras una semana infernal de trabajo, llego un poco tarde a esta fiesta, pero de todas formas aporto mis dos pesos.

En primer lugar, la lógica de esta transacción no tiene que ver con crear una empresa fusionada más rentable o mejor posicionada estratégicamente. Cierto, en años recientes se ha hablado mucho del matrimonio de contenido y distribución. Para Comcast, una empresa de televisión de cable, contar con el contenido de Disney es un sueño: puede atraer más suscriptores.

Pero para Disney no hay muchas ganancias. Si bien Comcast es la empresa más grande en su industria, llega a menos de una sexta parte de los hogares estadounidenses y no tiene mucha presencia internacional. Es decir, sólo una pequeña fracción de la base de clientes de Disney. En ese sentido, no le aporta mucho. Además, las empresas de cable, acostumbradas a sus semi-monopolios legales, son la antítesis de creatividad y tienen fama bien ganada de mal servicio. Esa cultura corporativa probablemente infectaría negativamente a Disney. Por último, las fusiones contenido-distribución no han sido muy exitosas que digamos. Basta recordar casos como AOL-Time Warner o los pésimos resultados de la compra de ABC, un canal nacional de televisión, por parte de Disney. (The Economist ofrece un buen resumen de este punto).

¿Entonces por qué nadie descarta que Disney sea adquirida? La respuesta tiene nombre y apellido: Michael Eisner, el presidente y director general del imperio del ratón. Este hombre subió a la cima en 1984 y, sin duda, hizo un gran trabajo en sus primeros 10 años. Pero de ahí en adelante, no ha dado una. Parece incapaz de compartir el poder, corriendo a todo ejecutivo –incluso los talentosos---que le hace sombra. Además, la empresa no ha tenido éxitos propios en años (sus películas más taquilleras, como Toy Story o Nemo, fueron creadas por Pixar, el cual acaba de terminar su relación con Disney por la mala sangre entre su jefe, Steve Jobs, y Eisner. Para variar, también cobra su peso en oro. A pesar de que hace años era un claro pasivo, ha logrado conservar su posición creando un consejo de administración dominado por sus amigos.

Tomando esto en cuenta, queda clara la oportunidad para Comcast: las acciones de Disney están subvaluadas por la presencia de Eisner, por lo cual tiene la oportunidad de comprarla barato una empresa que sin duda le aportaría ganancias a su negocio básico (y al ego de sus directivos). Por eso digo que se trata del despido más caro del mundo. Pero no hay que olvidar que es poco probable que –al igual que todas las fusiones, incluso las que tienen más lógica—genere valor para todas las partes. De hecho, es más probable que suceda lo contrario.

Este caso nuevamente ilustra que el gobierno corporativo no funciona bien. Claro, Disney no es, ni por mucho, un Enron. Además, por lo menos en Estados Unidos hay una última línea de defensa: el mercado, ya que las ofertas hostiles de compra sirven para remover a directivos perjudiciales. Pero es un mecanismo muy costoso y riesgoso. No se debería de llegar a ese extremo.

Las medidas legales, como la ley Sarbanes-Oxely, ayudan al fomentar la transparencia, fortalecer los consejos y hacer más responsables a los directivos. Pero el problema central no se ha resuelto: la dispersión del capital impide que los accionistas ejerzan un control adecuado del consejo. Ante esta situación, creo que los reguladores deben tomar un enfoque novedoso: hacer que, como parte de sus responsabilidades básicas, los consejos establezcan medidas para manejar al cuerpo directivo de la empresa como un riesgo más para las operaciones de la empresa. Es decir, deben crear mecanismos y criterios fijos, de antemano, para determinar cuándo un ejecutivo se ha vuelto un pasivo. Estos pueden incluir evaluaciones externas, plazos fijos para ciertos cargos y metas de desempeño que, si no se cumplen, son motivo de despido.

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