jueves, febrero 05, 2004

Lamentable locuacidad legal latina

En México, hoy es el Día de la Constitución (de 1917). Sí, la misma que amparó el criminal regimen priísta de inicio fin, condenó a los campesinos a la miseria semifeudal, colocó la riqueza nacional en las rapaces manos de los burócratas y que fue tan bien concebida que ha sido enmendada en incontables ocasiones. ¡Feliz cumpleaños!

Algo que siempre me ha parecido absurdo de la constitución local es que es muy larga y detallada, regulando cosas que no vienen al caso (derechos de propiedad, participación estatal en la economía, reglas de trabajo, etc.). Como en una democracia real es difícil enmendar una constitución, la especificidad de la misma es un pesado lastre. Me gusta mucho más el camino tomado por los próceres estadounidenses: un documento breve que fija las reglas generales e indispensables, dejando las precisiones a las leyes, que pueden ser adaptadas con facilidad a las circunstancias cambiantes.

Por ocioso, pasé un rato midiendo el tamaño de algunas constituciones (en inglés, para que sea justa la comparación) tomadas de este sitio.

Mi primer sorpresa: la constitución francesa es más concisa que la estadounidense ´(sin sus preámbulos, 6,790 palabras en el primer caso contra 8,029 en el segundo). También llama la atención que la alemana fuera mucho más larga: 21,299 palabras.

Pero nada como las latinoamericanas. En México padecemos un monstruo de 27,491 palabras (igual a la suma de la constitución alemana y la carta básica francesa). A pesar de nuestro digno esfuerzo de autoflagelación, somos unos novatos comparados con los cariocas. La constitución brasileña tiene nada más y nada menos que 45,189 palabras. Lo peor es que no pueden fingir ignorancia: el documento fue redactado en 1988. Ahora entiendo por qué el ex presidente Cardoso pasó 8 años intentando corregir los errores más estúpidos de la constitución, empezando por las absurdas reglas de jubilación para burócratas.

Esto último es un poco deprimente. Los mexicanos tenemos una pésima constitución. Pero si quisieramos redactar una nueva, el resultado probablemente sería incluso peor. Todo grupo de interés metería mano y terminaríamos con un elefante blanco de decenas de miles de palabras, cientos de reglas absurdas e incambiables y, a final de cuentas, los mismos idiotas que nos gobiernan hoy.

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