El tema de cómo remunerar a los ejecutivos de las grandes firmas es uno de los temas más candentes de la actualidad a raíz del colapso de la burbuja bursátil de los 90 y los grandes escándalos corporativos.
La meta es clara: la estructura de la remuneración debe incentivar a los ejecutivos para que maximicen el valor de las acciones de la empresa, que es lo que le interesa a sus accionistas.
Suena sencillo, pero en la práctica ha sido un problema que desafía soluciones fáciles. No hay falta de candidatos: salarios ligados al cumplimiento de metas, opciones para la compra de acciones, esquemas de repartición de utilidades, etc. La experiencia de la década pasada mostró que ninguno asegura un buen desempeño.
La razón subyacente es clara: sigue vigente el viejo conflicto de acción colectiva, en donde los accionistas dispersos enfrentan problemas para mantener a raya a los ejecutivos, que tienen el incentivo y en muchos casos los medios para exprimir lo más posible a las empresas. Eso explica por qué, por ejemplo, casi todos los esquemas de opciones estaban mal diseñados (llegando al extremo en que la empresa reducía el precio de ejercicio si la acción bajaba). Claro, todo tiene sus límites: la incompetencia extrema tarde o temprano lleva al despido y en estos días postburbuja la avaricia ilimitada también.
En resumen, no hay soluciones sencillas, pero hay esquemas de remuneración que claramente son perjudiciales, como muestra el artículo más reciente de James Surowiecki.
Se trata de las prestaciones de estatus: jets corporativos, membresías en clubes de golf y similares. Alguna vez tuvieron cierta lógica (hace décadas los salarios altos eran sujetos a tasas impositivas muy altas en EUA y las opciones eran casi desconocidas). Pero hoy no tienen sentido alguno: aunque no son particularmente costosas (comparadas con otras formas de remuneración), son un beneficio que no está ligado al desempeño. Además, moralmente son inaceptables, ya que crean empleados de primera y segunda (o peor) clase. Si un ejecutivo paga una membresía en un club de golf con su dinero, no hay problema, pero una empresa no tiene por qué hacerlo.
Como muestra Surowiecki, las empresas que emplean estas prestaciones de estatus suelen tener jerarquías rígidas, algo que inhibe la flexibilidad y la buena toma de decisiones. Por tanto, no sorprende que esas empresas presentan, incluso controlando otros factores, un desempeño inferior en términos del precio de sus acciones.
Anecdóticamente, es algo que mi experiencia personal confirma: las empresas a las que he visitado donde los ejecutivos no gozan de privilegios especiales (oficinas lujosas, comedores exclusivos, etc.) suelen ser mucho mejor administradas que las de vieja línea, donde esa clase de prestaciones son muy comunes.
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