Siempre en estos tiempos me da por reflexionar sobre el hecho de que la sociedad mexicana es una de las más desiguales del planeta. Ciertamente, la falta de equidad tiene raíces profundas, que en algunos casos datan desde la época colonial. No sólo es una cuestión que tiene que ver con tendencias históricas, sistemas políticos y asuntos económicos. La desigualdad también es un tema moral. Y siento decirlo, pero los mexicanos quedamos muy mal en ese aspecto.
La universidad estadounidense de Johns Hopkins publica cifras sobre organizaciones sin fines de lucro de la sociedad civil. En un universo de 35 países, el porcentaje de la fuerza laboral que trabaja, ya sea como empleados o voluntarios, en esas instituciones promedia 4.4%, con un máximo de 14.4% en Holanda (en Estados Unidos se ubica en 9.8%). México ocupa el último lugar, con tan sólo el 0.4% de la fuerza laboral, muy por debajo de países con un nivel similar de desarrollo como Brasil (1.6%) o Colombia (2.4%).
Nuestra falta de generosidad con el prójimo es vergonzosa e inexcusable. Dicen que cada país tiene el gobierno que se merece; en nuestro caso, es difícil argumentar lo contrario.
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