Los estadounidenses aficionados al tinto de Rioja, al brie, a los Porsche y a su viaje anual a Roma sufren: en poco más de año y medio, el dólar ha bajado más de 30% ante el euro. Como estamos acostumbrados a pensar que los movimientos cambiarios miden las fortunas económicas del país, es natural que la caída del dólar sea preocupante para los mexicanos.
¿Pero es el desplome frente al euro una premonición de catástrofes futuras? La verdad no queda muy claro.
Empecemos por lo obvio. Estados Unidos está en una posición endeble: consume e invierte más allá de sus medios. Actualmente, la diferencia entre el ingreso que genera y su gasto es de 5% de su PIB, que en números redondos representa un déficit de más de 500 mil millones de dólares, el cual tiene que ser financiado con capital extranjero.
Durante años, el resto del mundo felizmente envió el dinero. Las principales naciones asiáticas y, en menor grado, las europeas firmaron una suerte de pacto con el diablo gringo: los primeros pospondrían su consumo y enviarían su ahorro excedente a los segundos siempre y cuando los consumidores estadounidenses compraran como si no hubiera mañana. Hasta ahora, estos últimos han cumplido cabalmente con su pacto (la tasa de ahorro de los hogares en EUA es de sólo 3% de su ingreso). Para los asiáticos y europeos, eso a permitido un crecimiento fuerte de sus exportaciones y (en menor grado) de sus economías. Además, esperan que a largo plazo sus inversiones estadounidenses remitan buenos dividendos. Claro, han pagado el precio de la gratificación pospuesta, ya que están ahorrando más de lo estrictamente necesario para financiar su inversión doméstica.
Pero al paso de los años se han acumulado problemas. En primer lugar, los inversionistas extranjeros tienen ya enormes inversiones en activos estadounidenses, por lo cual están expuestos al riesgo (sobre todo cambiario) de una diversificación limitada. Para los europeos, engancharse a la locomotora estadounidense no ha sido muy rentable, ya que su crecimiento ha sido bastante raquítico pese al buen desempeño de sus exportaciones. Además, las tasas de interés en Europa son mayores a las estadounidenses.
Ante esta perspectiva, los europeos están llegando a la conclusión que para crecer necesitan estimular el consumo doméstico y depender menos de las exportaciones. Eso implica que pueden enviar menos capital a Estados Unidos. Por ejemplo, las compras netas de activos financieros de largo plazo de los europeos fueron de casi 30 mil millones de dólares al mes en los primeros ocho meses del año, pero en septiembre se registró una salida neta de 2 mil millones. Esto explica la caída reciente del dólar.
La situación en Asia es diferente. Las principales potencias de esa región son adictas al crecimiento vía exportaciones, el cual les permite alcanzar grandes economías de escala y una creciente competitividad. Como sus ciudadanos ahorran más entre el 20% y 40% de su ingreso incluso si las tasas de interés reales son nulas, es difícil contemplar un crecimiento estimulado por el consumo interno. Eso implica que enganchan sus monedas al dólar y financian una porción creciente del déficit estadounidense.
En ese sentido, mientras Asia esté dispuesta a aportar fondos para que los estadounidenses compren sus productos, el dólar no se desplomará. Pero hay que tomar en cuenta que Europa aporta casi el 40% de las necesidades de financiamiento de Estados Unidos, por lo cual el cese de esos flujos y la caída del dólar son preocupantes.
A final de cuentas, la depreciación del dólar es un mecanismo de ajuste: crea presiones inflacionarias al elevar el precio de los productos importados y, en algún momento, eso elevará las tasas de interés, lo cual afectará negativamente al consumo y la inversión (y al crecimiento de la economía). Hasta ahora, no hay muchas señales de que eso suceda, pero no me sorprendería que la inflación empezara a subir (de un nivel bajo) en los próximos meses. Un alza fuerte en las tasas de interés podría causar una masacre, ya que si se frena el crecimiento estadounidense, los asiáticos bien podrían cambiar de estrategia, haciendo que la caída sea más pronunciada.
No obstante, puede ser que la baja de los flujos europeos sea temporal. Es importante recordar que Estados Unidos tiene dos factores que le favorecen a largo plazo: la demografía (a diferencia de Europa y Asia industrial su población sigue creciendo) y la productividad (que últimamente crece a un increíble 9% anual). Para los viejitos en Asia y Europa, la vitalidad estadounidense seguirá teniendo un enorme atractivo como un medio para balancear el estancamiento de su ingreso con dividendos pagados por inversiones estadounidenses.
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