El suicidio no es un tema grato o sencillo, pero desde hace varios años ha sido sujeto al análisis económico. Como muestra este artículo, resulta que en algunos casos es una decisión muy racional (siempre y cuando uno lo intente y falle). El caso de AT&T me lleva a preguntar si también existe tal cosa como el suicidio corporativo racional.
En breve, AT&T fue el monopolio telefónico de Estados Unidos hasta principios de la década de los ochenta. A partir de una decisión judicial, la empresa fue partida: se crearon varias empresas de telefonía local y la parte restante de AT&T se quedó con el mercado de larga distancia. Pronto empezó a surgir mucha competencia en ese nicho (MCI, Sprint, etc.), desatando una intensa guerra de precios que persiste a la fecha.
AT&T ha intentado de todo: entrar al negocio de redes informáticas, televisión por cable, telefonía residencial y celular, etc. Por diversos factores, entre ellos regulatorios, no ha tenido mucho éxito. Hoy queda un cascarón endeudado que ofrece servicios de telecomunicaciones a empresas y su tradicional negocio de larga distancia. Pero la combinación de intensa competencia, exceso de capacidad en la industria y nuevas tecnologías (incluyendo voz por Internet) están causando una constante sangría.
Entre 1999 y 2003, sus venta pasaron de 49.6 mil millones de dólares a 34.5 mil millones, mientras que su utilidad operativa cayó de 12.5 mil millones a 3.7 mil millones en ese periodo, sin olvidar su dedua de 14 mil millones. No se ve un fin a su constante declive.
La pregunta obvia es: ¿que hacer? Una opción es seguir intentando adaptarse a los cambios en el mercado para defenderse. Pero eso implica invertir dinero sin muchas perspectivas de tener éxito. La otra alternativa es simplemente mantener el negocio actual aunque esté en decadencia, reduciendo los costos al máximo y devolviendo todo el efectivo generado a los accionistas (vía dividendos) y deudores. Esto básicamente condena la empresa a la extinción.
No es una idea tan loca. Primero, unos antecedentes. El año pasado AT&T generó un flujo de efectivo por 8.5 mil millones. Un total de 3.1 mil millones se destinó a inversiones, cerca de 9.2 mil millones se fueron al pago de deuda y los accionistas recibieron dividendos de 629 millones (cabe notar que el gato superó al flujo generado y la diferencia se financió por una reducción en el efectivo acumulado). Actualmente, su acción cotiza en 15 dólares y los accionistas reciben un dividendo anual de 95 centavos.
Ahora hagamos un pequeño ejercicio. Digamos que la empresa pague unos 3 mil millonones para liquidar deudas al año (con lo que quedaría sin deuda en menos de 5 años). Asimismo, reduce la inversión a 2 mil millones (quizá el mínimo necesario para mantener sus activos). Quedarían casi 3 mil millones para pagar a los inversionistas, equivalentes a un dividendo de 3.8 dólares por acción. Si logra mantener el flujo de efectivo constante (con recortes de costos compensando bajas en ventas), uno recuperaría el precio pagado por acción en 4 años y a futuro los dividendos restantes serían ganancia pura.
No es una mala apuesta, considerando que los bonos a 10 años pagan 4% anual, aunque el grado de riesgo es considerable (los flujos de la empresa pueden caer muy rápido). ¿Pero cometerá este rentable suicidio premeditado?
Lo dudo. Las instituciones también tienen un instinto de supervivencia. Por ejemplo, ni el ego ni la cartera de sus directivos no lo aguantaría: ¿quién quiere dirigir una empresa condenada a desaparecer? Eso no gana portadas de revistas o renombre, aunque sea la opción más lógica para los accionistas. Asimismo, eso también aplica para los empleados menos ilustres: nadie quiere hacer carrera en una empresa en decadencia y, consecuentemente, el ánimo de la empresa estaría por los suelos.
Para exprimir esta empresa hasta su muerte inevitable, se requeriría contratar a un jefe con temple de acero, experiencia en bancarrotas (conocidos como buítres) y los incentivos correctos (olvídense de opciones) y prometer jugosos bonos a los empleados clave. En otras palabras, una tarea nada fácil o grata.
Si bien todo parece indicar que la empresa seguirá reduciendo costos (ver esta nota), lo más probable es que luche a capa y espada contra su destino casi inevitable, a costa de sus accionistas.
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