jueves, agosto 23, 2007

En defensa de las burbujas

Si eres de aquellos que les gusta desempeñar el papel de abogado del diablo, el argumento de moda es defender burbujas financieras. Daniel Gross, un conocido periodista financiero estadounidense, publicó recientemente un libro donde argumenta que las burbujas no merecen su mala imagen, sino todo lo contrario (lo resume aquí).

En esencia, señala que las burbujas promueven grandes inversiones de alto riesgo en nueva infraestructura (Internet hoy, ferrocarriles hace 150 años) que bajo circunstancias normales no se emprenderían, además de toda clase de inovaciones. Cierto, muchas de esas inversiones resultan ser poco productivas (recordemos todas las punto com inútiles), pero las demás eventualmente transforman la economía y la sociedad.

No es un argumento muy cientifico, pero ciertamente es interesante.

¿Y que hay de la burbuja de bienes raíces en Estados Unidos? Es mucho más difícil defenderla bajo esos criterios. Si bien está relacionada con avances en la bursatilización de hipotecas e ingeniería financiera, no son avances espectaculares y ciertamente ya existían mucho antes del inicio de la burbuja.

Eso no impide que el misterioso Knzn la defiende señalando que era la única alternativa para asegurar una recuperación económica tras la recesión de 2001.

Tiene cierta razón. Las empresas estaban recuperándose de los excesos de la década previa y no estaban contratando. El estímulo fiscal tampoco parecía ayudar más allá de evitar mayores deterioros. En ese sentido, la reducción de la tasa de interés de referencia a 1% fue necesaria para que la gente gastara y sólo tendría confianza para hacerlo en ese entorno si se sentía más rica, es decir, que su casa valiera más.

Pero es claro que la Reserva Federal cometió el error de mantener las tasas bajas por demasiado tiempo y otros reguladores fueron demasiado permisivos al dejar que crecieran prácticas de otorgamiento de crédito peligrosas.

No es algo menor. Las burbujas en inmuebles residenciales son mucho más peligrosas que las bursátiles (afectan a casi todos) y tienen consecuencias negativas mucho más severas (altos niveles de endeudamiento, reducción en niveles de ahorro, inversión excesiva en un activo no productivo y transferencia de riqueza de los futuros compradores a los dueños actuales), sin aportar beneficios importantes de largo plazo.

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