sábado, septiembre 18, 2004

Hacia un nuevo sindicalismo

Hace un par de días comenté que el sindicalismo está avanzando hacia su propia extinción al defender a capa y espada posiciones indefensibles. ¿Quiere decir esto que en siglo XXI los sindicatos son una reliquia histórica que merece desaparecer?

En su forma tradicional, la respuesta es sí. Ya no vivimos (bueno, por lo menos en los países desarrollados y medianamente desarrollados) en un mundo dickensiano/marxiano donde la clase trabajadora era una masa indiferenciada cuyo único atributo valioso eran sus músculos. Bajo esas circunstancias, tenía sentido la unión para hacer frente al poderío de los dueños del capital. De hecho, no hay que olvidar que la presión sindical fue clave para instrumentar muchas medidas (pensiones, seguros de salud, seguros de desempleo y prevención de riesgos laborales) aceptadas universalmente en la actualidad.

Dicho de otra forma, los sindicatos ganaron la guerra, pero están perdiendo en la paz. Para seguir justificando su existencia, su lucha se traslado de las necesidades básicas a la confrontación estéril, imponiendo toda clase de rigideces y prestaciones insostenibles. De seguir así, su extinción será bienvenida.

Pero existe la opción de la transformación. Esta debe estar basada en dos ejes: 1) aceptar las condiciones actuales económicas; y 2) conocer las necesidades reales de los trabajadores.

Respecto a la primera, vivimos en tiempos en donde la competencia internacional y la rápida evolución tanto de las preferencias del mercado como de la innovación tecnológica exigen de las empresas una gran flexibilidad. Esto involucra tanto las prácticas de trabajo como la capacidad para reducir costos vía prácticas como el outsourcing. Los sindicatos, en su afán por conservar empleos e imponer rigideces, simplemente condenen a las empresas a la muerte. Ejemplos abundan (el caso de la Southwest contra las aerolíneas tradicionales fuertemente sindicalizadas, las fábricas no sindicalizadas de las armadoras japonesas en EUA contra GM y Ford, etc.)

En cuando a las necesidades de los trabajadores, en estos tiempos es casi impensable que los gobiernos expandan la cobertura de los servicios sociales (de hecho, es más probable lo contrario) y las empresas son cada vez más renuentes para proporcionarlos. Eso deja la carga en los hombros de cada trabajador, que enfrenta toda clase de problemas y desventajas para procurar esos servicos. Por nombrar algunos casos: guarderías para familias donde trabajan ambos padres, capacitación laboral, pensiones, servicios médicos, etc.

Lo anterior permite divisar cuál sería el papel y la forma de los nuevos sindicatos. De entrada, la vieja orientación de sindicatos de empresas o industrias ya no es viable. El obrero de fábrica tiene más en común con su contraparte de otra industria que con un programador que trabaja en la misma firma. En otras palabras, los sindicatos se formarán alrededor de grupos ocupacionales, sin importar la industria o la empresa.

Estos sindicatos ocupacionales ayudarán, mediante su escala, a sus miembros a tener acceso a los servicios que ya no quieren proveer gobiernos y empresas, como guarderías. De cierta forma, los visualizo más como agencias de recursos humanos que como los enemigos del capital. Por ejemplo, asistirían a sus miembros a obtener la capacitación requerida para estar al día, encontrar trabajo si el suyo desaparece o incluso entrenarlo para otra clase de puesto si está en una ocupación sin futuro. A la larga, esto podría ser incluso útil para las mismas empresas.

Por otro lado, los nuevos sindicatos empezarán a asemejarse a las propias empresas en el sentido de que necesitarán expandirse a escala mundial y formar alianzas cambiantes. Esto servirá para suavizar el impacto de las dislocaciones de la globalización. Por ejemplo, un sindicato no estaría tan opuesto a que ciertas funciones de una empresa sean trasladadas a la India si en este destino los nuevos empleos forman parte de ese gremio y si puede captar parte de los beneficios globales de esa operación a favor de sus miembros desplazados.

Finalmente, los sindicatos pueden ser un contrapeso a los equipos gerenciales. Los escándalos corporativos recientes confirman que los consejos de administración no son capaces en su mayoría de controlar y supervisar al equipo ejecutivo. La misma dispersión del capital lleva a que los propios ejecutivos llenen a los consejos de amigos u otros ejecutivos. Vaya, en este grupo hay una fuerte conciencia de clase que impide un buen gobierno corporativo. Los nuevos sindicatos tendrían una visión mucho más pragmática y amplia al estar involucrados en toda clase de sectores y empresas, lo cual les permitiría conocer las necesidades reales de las firmas y los medios más eficientes para alcanzarlas.

En fin. No soy experto en esta materia ni mucho menos. Pero es claro que un futuro en donde los trabajadores se tengan que rascar sólo con sus propias uñas es tan indeseable como uno dominado por el estupor del sindicalismo tradicional. Algo tiene que llenar ese vacío.




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