jueves, julio 15, 2004

Egoísmo a la carta

En Life, The Universe and Everything de Douglas Adamas, se describe un sistema de transporte interestelar ?el motor bistromático?que está basado en un principio matemático revolucionario: los número que aparecen en las cuentas de los restaurantes no siguen las mismas leyes matemáticas que los números escritos en cualquier otro pedazo de papel en el Universo.
 
No es una idea del todo descabellada: nuestro comportamiento en los restaurantes es bastante extraño, sobre todo en grupo. 
 
Tomemos el caso de un grupo que acude a un restaurante y decide dividir la cuenta parejo (es decir, todos pagan lo mismo). En estos casos, la cuenta total suele ser mucho más alta de lo esperado por todos y muchos salen molestos. El motivo es claro: cuando cada quien paga su cuenta individual, sólo consume hasta que el beneficio de comer un poco más es igual al costo de hacerlo; en cambio, cuando la cuenta se divide parejo, si uno decide consumir el equivalente a un peso adicional, el costo es compartido por igual por todos los comensales. Es decir, si pido un platillo adicional de 10 pesos y se trata de un grupo de cinco personas, sólo me tocaría pagar 2 pesos de ese total.
 
El problema, claro, es que todos piensan lo mismo, de tal forma que todos consumen más de la cuenta. Quienes conozcan de economía reconocerán que es una variante del viejo problema del financiamiento de los bienes públicos, en donde todos tienen que aportar algo para obtener un servicio público (p.e., seguridad nacional), pero cada individuo tiene incentivos para evadir la aportación que le tocaría. En corto, las personas actúan de forma egoísta.
 
No obstante, hay quienes sostienen que en la práctica las personas saben que se pueden aprovechar de los demás, pero en promedio eligen no hacerlo por un sentido de solidaridad y/o altruismo.
 
Para responder a esta pregunta, unos investigadores llevaron a cabo un experimento (aquí está el resumen y aquí el documento, en PDF). Invitaron a varios grupos de voluntarios (se les ofreció un pago modesto) desconocidos a un restaurante bajo diferentes condiciones: los voluntarios pagarían su cuenta individualmente, la cuenta se dividiría por parejo o los investigadores pagarían todo. Como era de esperarse, el consumo promedio más alto se presentó cuando la comida era gratis, mientras que en el caso de las cuentas compartidas el consumo fue mayor que cuando cada quién pagaba por su cuenta. En otras palabras, las personas se comportaron como agentes perfectamente egoístas. Cabe notar que en el proceso los voluntarios no podían comunicarse entre sí.
 
Curiosamente, llevaron a cabo un experimento similar (que no involucraba comida) en un laboratorio, sólo que esta vez los voluntarios podían platicar sin restricciones. En ese caso, el consumo promedio en el caso de la cuenta compartida fue estadísticamente igual al que se presentó bajo las condiciones de pago individual.
 
Esto nos dice que cuando se llevan a cabo experimentos de esta naturaleza, los resultados que se obtienen en los laboratorios son sospechosos, ya que las personas no se comportan (para bien o para mal) como lo harían en un contexto más natural (el restaurante). En este caso, se confirma que cuando hay incentivos para ser egoístas, lo somos. No es un resultado que nos ayudará a viajar a las estrellas, pero definitivamente es importante tomarlo en cuenta en el diseño de las políticas públicas o, cuando menos, la próxima vez que los colegas del trabajo proponen dividir la cuenta parejo.

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