En semanas recientes, nos hemos enterado que para entrar al mercado de China, Google aceptó limitar el acceso a sitios considerados como prohibidos por el gobierno de ese país. Por su parte, Yahoo proporcionó información al gobierno chino para que éste arrestara a un periodista disidente que utilizaba el servicio de correo electrónico de esta empresa.
Esta situación presenta un dilema interesante. Todo mundo quiere que China sea un país rico y libre. En términos de desarrollo económico, la tendencia es muy buena, gracias al enorme aumento en las exportaciones de esa nación, fomentadas gracias a la sabia apertura por parte de Occidente a los productos chinos. ¿Pero cuál es la mejor forma de impulsar la libertad en China sin descarrilar su economía?
Este artículo de Slate ofrece una propuesta interesante: que Estados Unidos apruebe una ley que impida que las empresas de ese país asistan a gobiernos extranjeros en actos que violen los derechos humanos. Su autor, Jacob Weisberg, admite que no sería una herramienta perfecta, pero sin duda ayudaría. Claro, al menos que el gobierno de China expulse a las punto com estadounidenses (un paso grave).
En todo caso, es importante proceder con cautela. Hay que distinguir con toda claridad a dos tipos de gobiernos represivos: 1) los que están mejorando el nivel de vida de sus ciudadanos; y 2) los que existen meramente para aplastar y saquear a sus ciudadanos. Los que entran en el primer grupo (1, como China, Túnez, Vietnam, etc.) deben ser tratados con respeto, aunque se debe fomentar la libertad con firmeza y constancia. De cierta forma, es mejor un gobierno autoritario pero eficaz como el Chino a "democracias" destructivas, como las que abundan en América Latina.
En el segundo grupo, la presión debe ser, idealmente, mucho mayor y enfocada al aislamiento. Lamentablemente, no es fácil deshacerse de ellos, como ilustra el tristísimo caso de Myanmar.
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