No es broma señores. En efecto, esta región abandonó sus mañas despilfarradoras para seguir el virtuoso camino del ahorro. Según el FMI, desde 2003 los países al sur del Río Bravo están gastando menos de lo que generan como ingreso. En dialecto macro, su cuenta corriente tiene un saldo positivo (es decir, ahorran más de lo que invierten).
Esto no tiene precedentes. Ni en años de grandes crisis como 1983 y 1995, cuando nadie en su sano juicio estaba dispuesto a prestarles un centavo.
Cabe notar que este sorprendente hecho no es resultado de alguna anomalía. En 2000, cinco de las siete economías principales de AL (México, Brasil, Argentina, Colombia, Venezuela, Chile y Perú) presentaban déficits de cuenta corriente. Sólo Colombia y Venezuela tenían saldos positivos, mientras que México y Brasil, las dos economías más grandes, presentaban déficits de 3% y 4% del PIB respectivamente. El año pasado, sólo México y Colombia presentaron déficits (Perú quedó básicamente en cero), que fueron muy moderados (sólo 1% del PIB).
¿Qué explica esta transformación? Veamos las dos variables claves: inversión y ahorro. La inversión en la región bajó como porcentaje del PIB de 20.7% en 2000 a 19.8% en 2004, una caída moderada que no explica del todo el cambio. En realidad, el ahorro fue la clave: subió de 18% a 21% en este periodo.
Es interesante notar que este arranque de frugalidad se puede atribuir a las empresas y las personas físicas en su mayoría. Según el FMI, el saldo fiscal de los gobiernos de la región pasó de ?2.4% del PIB en 2000 a ?1.6% en 2004, una mejora que estimula en ahorro, pero no suficiente para explicar la magnitud del alza observada.
A primera vista, todo esto parece positivo. Un mayor nivel de ahorro permite reducir la aun elevada deuda externa de la región, que a su vez se refleja en menores tasas de interés, y evita los riesgos de tener que depender de los volátiles flujos de capital externo.
Sin embargo, lo que no está bien es el rezago en la inversión. América Latina necesita desesperadamente crecer más. En los últimos 25 años, sus economías han crecido en promedio sólo 2.5% anual en términos reales, un nivel que no permite elevar el ingreso por habitante e inferior al crecimiento de una economía madura como la de Estados Unidos. Para elevar esa tasa, se requiere una mayor inversión y medidas para lograr que la inversión existente sea más productiva.
Es insólito que ahora que hay capital disponible en abundancia, no hay voluntad para invertirlo. ¿Por qué?
No hay respuesta sencilla. La demografía seguramente tiene algo que ver: la caída en la natalidad y el todavía bajo número de ancianos implica que el hogar promedio tiene un mayor ingreso disponible, lo cual permite ahorrar incluso si los ingresos promedios siguen estancados.
El caso de las empresas, sobre todo las grandes, es más interesante. Al igual que sus contrapartes en los países ricos, las nuevas tecnologías han elevado su eficiencia, por lo cual pueden subir su producción sin invertir tanto como antes. Asimismo, muchas consideran que el surgimiento de China y el bajo grado de competitividad de la región (mala infraestructura, bajo nivel de educación, etc.) limita sus posibilidades de crecer vía exportaciones. Por tanto, sólo invierten para satisfacer a su mercado doméstico, el cual saben por experiencia que crece poco.
En México, esta situación se refleja de diversas maneras. Por un lado, muchas empresas están aumentando sus dividendos y la recompra de sus acciones, señales claras de que consideran que hay limitadas oportunidades de expansión. En algunos casos, utilizan las utilidades de sus operaciones nacionales para expandirse a escala internacional vía adquisiciones (Cemex, Telmex, América Móvil, Femsa, Bimbo, etc.).
La falta de inversión en AL es trágico. Pero no hay que olvidar que las empresas son entes racionales que reaccionan a su entorno. Si éste no es muy prometedor, van a invertir poco. Lo que claramente falta es que los gobiernos actúen para mejorarlo. Desafortunadamente, no hay muchas señales de que esto suceda.
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