Los dioses de la historia seguramente están ofendidos. Hasta ahora, todo apunta a que las elecciones mexicanas pasadas fueron limpias. Pero López Obrador y sus allegados insisten que fue una repetición de las indudablemente sucias elecciones de 1988. Este intento irresponsable de minar las instituciones electorales creadas precisamente para evitar una repetición de los crímenes de 1988 será castigado divinamente. Y creo que ya veo la venganza que planean los dioses de la historia.
Se llama 1991. En 1988, al Frente Democrático Nacional (antecesor del actual PRD) se le reconoció 30% del voto y es seguro que, sin fraude, esa proporción hubiera sido mayor. ¿Qué hizo el PRD con ese apoyo? Pues bien, por un lado, buscó traducirlo en maor presencia en cargos públicos municipales y estatales, en donde encontró una feroz e ilegal represión del gobierno. Por el otro, fijó una postura de ataque al regimen salinista y al PRI, automarginándose del debate de ideas o de cualquier participación en la toma de decisiones nacionales.
Esta actitud es comprensible. Pero fue un rotundo fracaso. La imagen de conflictividad que generó, más la indudable popularidad del gobierno de Salinas derivada de sus iniciativas, sobre todo la estabilización de la macroeconomía, llevó a un colapso en el apoyo del PRD y otras fuerzas de izquierda. En 1991, su participación en el voto en las elecciones legislativas de ese año bajó a 8% (otras fuerzas de izquierda que apoyaron a Cárdenas en 88 ganaron en conjunto una participación similar). Tampoco fueron elecciones limpias, pero estos resultados no se apartaron mucho de la realidad.
De hecho, la actitud de confrontación y victimización del PRD, así como el culto de personalidad en torno a Cuauhtémoc Cárdenas --un pobre sustituto de propuestas concretas de gobierno--mantuvo hundido a la izquierda hasta 1997. En esas elecciones, el PRD por fin levantó, ayudado por el desastre económico de 1995 bajo el régimen priísta de Zedillo y un esfuerzo notorio para proyectar una imagen moderada. Así, ese año ganó el 27% del voto.
Ese esfuerzo no cristalizó. Si bien conquistó el gobierno de la capital, en el plano nacional el PRD volvió a marginarse, oponiéndose --salvo en las reformas electorales--a cualqueir iniciativa priísta o panista, y siguió sin articular un proyecto claro. El resultado: en 2000 su peso en el voto cayó a menos de 20%. Y en 2003 siguió estancado en ese nivel.
Llegamos al 2006. Apoyados en la ola de apoyo a López Obrador, el PRD ganó el 29% del voto en el plano legislativo y 35% en la elección presidencial. En otras palabras, regresaron al nivel obtenido en 1988, nuevamente impulsado por la fuerza de la imagen y personalidad de un hombre.
¿Y qué sigue? Claramente, se repite el mismo error histórico: apostar a la figura. No queda duda que López lucha por la presidencia más que por su vago proyecto o por la democracia. Y el PRD lo sigue al acantilado. Así, es posible e incluso probable que 2009 sí será un nuevo 1991, cuando la izquierda fue prácticamente borrada del mapa electoral.
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