Al igual que la gran mayoría de mis compañeros del género masculino, me gustan las fotos de mujeres semidesnudas. Pero por lo general no leo las revistas que las tienen en su portada. Sin embargo, alertado por un amigo menos pudoroso, acabo de leer un artículo en GQ sobre EL banquiero central: Alan Greenspan.
Va sin decir que en los 18 años que lleva como presidente de la Reserva Federal se han escrito incontables artículos y libros sobre él. La gran mayoría, incluyendo la nota en cuestión, concuerda con la percepción que tienen de él la mayoría de los profesionales de la economía y las finanzas: es y ha sido un muy buen banquero central. Si no recuerdo mal, Bob Woodward (famoso por reportar sobre el escándalo de Watergate) tituló su libro sobre Greenspan "Maestro".
Sin embargo, el complicado panorama económico actual puede tener un desenlace tal que Greenspan podría terminar en la columna de villanos de los libros de la historia. No es ningún secreto que muchos analistas pronostican que Estados Unidos pasará por una fuerte crisis económica como resultado de los desequilibrios incontrovertibles que actualmente muestra: una posición fiscal muy deteriorada y un gigantesco déficit con el exterior.
Regresando a la nota, lo más interesante es que su autor, Wil Hylton, presenta evidencia muy fuerte de que Greenspan llegó a acuerdos explícitos con los últimos tres presidentes estadounidenses para vincular la política monetaria con medidas en el frente fiscal. En los casos de George Bush padre y Bill Clinton, prometió reducir las tasas de interés para reactivar a la economía a cambio de promesas de elevar los impuestos para reducir el déficit fiscal. Al parecer, Bush padre se consideró traicionado: elevó los impuestos pero Greenspan tardó demasiado en empezar a bajar las tasas. Con Clinton las cosas funcionaron mejor: la mejora en la posición fiscal fue uno de los factores que detonó el gran boom económico de los noventa.
Estos acuerdos e dieron a pesar de que la Reserva Federal, en principio, goza plena independencia política. Esa independencia impide que los políticos metan su cuchara en la política monetaria, pero también requiere correspondencia: la Fed no se debe meter en asuntos políticos. Pero, como es de esperarse, las cosas no funcionan enteramente así en la práctica.
Las intervenciones políticas de Greenspan fueron, hasta ese momento, positivas para él y para su país. Hasta que llegó George Bush hijo. El actual presidente cree con toda firmeza en bajar los impuestos sin importar las circunstancias. Al iniciar su mandato en 2001, buscó convencer a Greenspan de apoyar su agenda fiscal. El presidente de la Fed, también partidario de los bajos impuestos, estuvo de acuerdo y lo afirmó en público. Esto no fue un mero acto de solidaridad ideológica: la economía estadounidense estaba al borde de la recesión ese año y requería de estímulos fiscales y monetarios para suavizrla.
Obviamente, el gran error de Greenspan fue subestimar tanto la magnitud del recorte impositivo promovido por Bush como la disposición del presidente y de los legisladores de su partido para aumentar el gasto. El resultado: déficits enormes en el presente y hasta donde alcanza la vista. Si la irresponsabilidad fiscal causa (o para ser más preciso, es una de las causas contribuyentes a) una crisis económica, la reputación de Greenspan sufrirá un enorme golpe. De hecho, algunos economistas de izquierda, como Paul Krugman, ya lo acusan de ser un mero operador político del Partido Republicano.
A Greenspan no le gustaría pasar a la historia esa manera. El señor tiene casi 80 años, así que tampoco puede aspirar a algún cargo político, por lo cual dudo que su apoyo inicial a los recortes fiscales haya tenido ese fin. En ese sentido, seguramente estará pensando en qué hacer. En sus discursos recientes ha hecho llamados para reestablecer la disciplina fiscal, sin que nadie haya hecho mucho caso. Seguramente lleverá su ofensiva a la prensa: esta nota básicamente presenta su lado de la historia y sin duda habrá más por el estilo. Habrá que ver si no hace una denuncia más fuerte de las políticas de Bush, aunque arriesgue dañar la independencia de la Reserva Federal.
miércoles, marzo 30, 2005
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